BOSQUE
SELVA BAJA

El paraíso que busca
la luz

El bosque más diverso del planeta crece sobre el suelo más difícil del mundo, uno arcilloso, ácido, muy compactado y con escasa pedregosidad. Las raíces, incapaces de hundirse en lo profundo, se extienden en todas direcciones, a pocos centímetros de la superficie. Muchas lo hacen por fuera, alrededor de los troncos más altos, lo mismo que puntales que conjuran el riesgo de que algo los derribe. Parece un contrasentido: las entrañas de la Amazonía son tiesas y frías como las de un muerto. Lo saben los colonos y los indígenas que alguna vez han cavado el suelo para sembrar maíz o yuca. Las plantas que germinan son débiles y escasas, y poco tiempo después deben talar otra franja de bosque, cuando ya nada crece en sus huertas improvisadas. ¿De dónde entonces le viene la espesura a este desierto que se extiende a pocos centímetros del suelo? El techo del bosque se anuda por encima de los cuarenta y cinco metros y con tanta consistencia que los rayos del sol apenas caen al suelo.

La selva baja abarca la llanura de la Amazonía y constituye la mayor parte del territorio del país. Estos bosques se encuentran en altitudes de 100 a 600 m s. n. m.

  • El jaguar (Panthera onca). El felino más grande de América mata a sus presas triturándoles la cabeza. Su mordida es comparable con la del león y el tigre.

  • Tapir (Tapirus terrestris). Es uno de los pocos mamíferos de gran tamaño en la Amazonía. Vive cerca del agua y es un hábil nadador.

  • Las collpas, esa parte de los barrancos de tierra ricos en minerales, complementan la dieta de loros y guacamayos. Al parecer, las sales que ahí encuentran neutralizan las toxinas de los frutos que consumen.

En lo recóndito de la selva es casi de noche en pleno día y cada rama lucha por ganar un espacio de luz para sus hojas. Por eso los árboles tienen troncos rectos, para crecer hacia la luz sin tiempo que perder. Unos pocos crecen más allá del dosel y siguen de largo hasta alcanzar los setenta metros, lo mismo que edificios de madera. Son las lupunas y los castaños, antiguos gigantes amazónicos. Algunos de ellos ya tenían quinientos años de edad cuando el conquistador español Francisco de Orellana remontó los Andes hasta desembocar en el Amazonas, en 1542. En sus copas redondas vive un universo de insectos que recién ha comenzado a catalogarse y que, se sospecha, es irrepetible y suma millones.

Una comparación simple que se oye como un alarde. Y lo es: hay más especies de árboles en una sola hectárea de bosque del llano amazónico que en los bosques de toda Europa y Norteamérica. Para entender mejor esta idea, podemos apelar a una cifra: en la selva baja se han registrado 716 especies de flora. Semejante abundancia en un suelo tan difícil es obra del agua, que con su correr incontenible lava suelos. El dato numérico ayuda a entender esa maravilla: el Amazonas arrastra 170 000 metros cúbicos por segundo, el río más caudaloso y extenso del planeta, con un torrente mayor al de los ríos Nilo, Yangtsé y Mississippi juntos. El agua a toda prisa es uno de tantos prodigios amazónicos. En los meses de las mayores lluvias, entre febrero y mayo, el río ensancha su caudal hasta cinco veces y se engulle sus propias riberas. Desde el aire, por entre el orificio de las nubes, el Amazonas parece una anaconda después de tragarse a un capibara.

En la época lluviosa, los ríos amazónicos inundan miles de hectáreas de bosque, lo que permite que los sedimentos se dispersen y fertilicen los suelos.

En los bosques de la selva baja existe un sinnúmero de especies vegetales. Una biodiversidad irrepetible en el mundo.

En los difíciles terrenos del bosque altoandino merodean pájaros que se alimentan de singulares insectos. Son aves únicas que no vuelan a ningún otro bosque. Una verdadera riqueza nacional.

  • El aguajal es un bosque de palmera que crece en un suelo pantanoso.

  • La subida de las aguas en los bosques inundables puede llegar hasta los quince metros. Todas las formas de vida deben adaptarse a semejante evento.

Dentro de la selva baja, la polinización de tantísimas especies no depende del aire, como ocurre en otros bosques que sí necesitan de su mediación para arremolinar esporas y depositarlas lejos. Aquí, un ejército multitudinario de aves, mamíferos e insectos esparce las simientes de la selva por el agua, el aire y el piso. Parece de otro cuento en miniatura: mientras los animales se alimentan de sus jugos, van intercambiando polen de flor en flor, masculina y femenina, un revolotear en puntas de patas, alas y picos gracias a lo cual ocurre la germinación de frutos y semillas. Al menos ocho de cada diez especies de plantas de la selva necesitan polinizadores para fructificar y cada una ha evolucionado a la par del animal que las perdura. Hay flores, por ejemplo, que han dispuesto sus pétalos para soportar la rudeza de los escarabajos, o el hambre voraz de los moscardones. Otras, en cambio, poseen órganos con orificios tan pequeños que apenas cabe la lengua de hilo de las mariposas. En la Amazonía lo pequeño no es insignificante. Lo sabe también el polinizador colibrí, pequeña especie cuyo vuelo puede alcanzar hasta las 30 millas por hora. La clave de esa naturaleza velocista está en su corazón: hasta dos mil pulsaciones por minuto, el felino de los corazones de la Amazonía. Un sobrenombre que sugiere otra de sus características: son territoriales. Debido a su gran memoria, recuerdan las flores de las que han libado y las protegen.

  • Boa arborícola amazónica (Corallus hortulanus). Es notoriamente agresiva. Para atrapar a sus presas se cuelga de las ramas y las embosca.

  • Puercoespín (Coendou prehensilis). Camina en las ramas de los árboles. Se alimenta de insectos. Las púas son su coraza.

  • Añuje (Dasyprocta fuliginosa). Come los frutos del gigante castaño. También los entierra para tener reservas.

  • Caimán blanco (Caiman crocodilus). Es más activo durante la noche, pero eso no le impide lanzarse tras una presa si la detecta en pleno día.

Un espectáculo distinto, aunque igual de extraordinario, sucede en los ríos, caños y cochas. Los peces esparcen la simiente del bosque y lo nutren. Y uno en especial da la impresión de volar: la arahuana salta desde el fondo del río hasta las ramas de las plantas y atrapa insectos con la destreza de un acróbata. En los meses de las lluvias más intensas, lo que es arriba resulta abajo y el paiche, el gigante del Amazonas, de escamas de reptil, nada por entre los árboles del bosque inundado en busca de alguna presa que sus dientes, aunque pequeños, trituran con efectividad; una característica que se suma a otra de sus virtudes: la capacidad de reproducirse en varios meses del año, especialmente cuando abundan las precipitaciones. Su tamaño majestuoso, puede llegar a medir hasta tres metros, y su casi incontenible fuerza que guardan sus 200 kilogramos, convierten al paiche en un feroz enemigo para no pocos peces, como el prehistórico y poco atractivo carachama que, a su modo, es un ambientalista: contribuye a la degradación de la materia orgánica debido a su apetito por los xilófagos, termitas de agua que se alimentan de la madera.

En este bosque nada existe por el azar. Cada especie tiene una función, un motivo para vivir. La utopía también es un bosque y crece a orillas del Amazonas, un paraíso del que los peruanos se alimentan diariamente. De las 653 especies de frutas del Perú, al menos doscientas son de la selva. Sus nombres nativos se enredan en la lengua, pero sus sabores intensos la exaltan, obligan su elocuencia: camu camu, guaba, caimito, ungurahui, macambo, uvilla, huasaí, aguaje, guanábana y umarí son algunas de ellas.

El bosque de selva baja, sin embargo, no solo llena estómagos; también es aliado de una labor más global y estratégica: ninguna otra región como la Amazonía peruana concentra más recursos ambientales contra el cambio climático y contaminación planetaria. Se estima que, en cien años, gracias al proceso de fotosíntesis, cada hectárea de esta selvacapturará hasta setecientas toneladas de dióxido de carbono, un milagro de la depuración del aire. Pero se trata de una ecuación frágil y justa: cada hectárea de selva arrasada termina lanzando a la atmósfera la misma cantidad de gas venenoso que depuró, como un grito sordo, lo mismo que una bocanada. El portento sigue, y deberá seguir para que la vida subsista. No ay dilema posible ni otra oportunidad.

En este paisaje se conjugan múltiples superficies, texturas, tonalidades y, en consecuencia, también diversidad de especies. Desde el aire, la selva baja se ve como un lienzo.

Los tucanes son las aves con el pico más grande de la selva. Hacen sus nidos en el hueco de los árboles.

En este lugar nada crece o existe al azar. Cada especie tiene una función y un propósito para vivir. La utopía también puede ser un bosque que crece a orillas del Amazonas.