El bosque premontano crece a mitad de camino de las llanuras amazónicas y las cumbres de niebla, entre los 600 y los 2000 metros de altitud. Su enorme biodiversidad y clima agradable, sin humedad vaporosa o inundaciones y con temperaturas que no superan los 30 °C, hacen que sea el hogar de más de un visitante aéreo. En efecto, podría llamarse el bosque de los guácharos, aquellas aves nocturnas que viven en cavernas igual que los murciélagos —y que beben aguas azufradas para disolver los frutos aceitosos que se comen—, o el bosque del gallito de las rocas, que los peruanos conocen porque muchos la consideran el ave nacional del país y que los niños de la selva llaman tunqui en quechua.
A diferencia de la selva baja, en este bosque los árboles no crecen a grandes alturas y tienen menos estratos. Ello permite que los rayos de sol lleguen con mayor fuerza al suelo, aumentando la densidad de matas y arbustos. Este escenario es propicio para la coca, famosa por sus dones energéticos, y exquisitos frutos como la chirimoya, la guayaba y la palta. Tal vez el más famoso sea el cacao, que según recientes descubrimientos fue domesticado en estas selvas premontanas peruanas hace más de 5000 años. No sorprende, entonces, por qué el hombre prehispánico, atraído por esas condiciones ecológicas, decidiera establecerse en estos parajes, como prueba Machu Picchu, la ciudadela incaica que hoy es maravilla mundial. Los incas, sin embargo, no fueron los únicos en dejar un legado arquitectónico. También lo hizo la cultura Chachapoyas con el Gran Pajatén, un sitio arqueológico cuyo nombre bautiza la reserva de biosfera más grande del país, la cual supera los dos millones de hectáreas y atraviesa las regiones de La Libertad, San Martín y Amazonas.
Las faldas de los Andes se tornan azules en la distancia. Los bosques premontanos son una transición entre la Amazonía y las cumbres nubladas.
El Perú ocupa el primer lugar en especies de mariposas. Tiene 3700 especies.
Si antes lo hizo el hombre, por estos días muchos animales de la Amazonía extienden sus dominios justo aquí, debajo de las cimas nubladas. Algunos de ellos son monos como el choro común, el tocón o el machín negro. No todos los nombres, sin embargo, sacan sonrisas. Hasta los 1500 metros de altura se pueden ver tapires amazónicos y otorongos, cuyos trajes de manchas recuerdan a las mariposas negras. Que el aspecto de un mamífero tenga esa relación parece un mensaje de la naturaleza, en este bosque donde se pueden ver bandadas de mariposas al borde de los riachuelos, o en las márgenes de los saltos de agua, lamiendo los minerales sobre las piedras, o agitando las alas por primera vez al reverso de las hojas de las que se adhieren siendo pupas.
Algunos colibríes se han especializado en un solo tipo de flor y han adaptado su pico para libarlas. El Perú tiene 127 especies de colibríes.
Es curioso, pero el bosque premontano también podría ser el templo de las mariposas. Aquí se cuentan por millares y en todos los tamaños. Las más grandes de la Amazonía son las morpho. Su tono azul intenso y su tamaño, que alcanza al de un pájaro, puede distraer al espectador de su vital labor: su lengua probóscide poliniza decenas de especies de plantas, y de esa fecundación depende el alimento de cientos de animales. Aquí también es posible ver al caimán almizclado, que soporta las temperaturas relativamente bajas del bosque premontano, y algunas plantas que van desapareciendo conforme se asciende por las lomas, palmeras, lianas y helechos arborescentes. A diferencia del llano amazónico, los caudales en formación del bosque premontano se precipitan desde lo alto, en cascadas sucesivas y cristalinas. En el bosque premontano, los hilos de agua que discurren desde las cumbres terminan de formar algunos de los ríos más importantes del país: Marañón, Huallaga, Ene, Pachitea, Perené. Aquí la vida suena como una partitura clásica, una sinfonía que incluye también el canto de los colibríes. De las cientos de especies que vuelan en el Perú, decenas viven aquí. En el aire, alrededor de un mismo tallo jugoso de fruta, se ven revolotear picaflores y morphos. La escena huele a chirimoya.
El gallito de las rocas (Rupicola peruviana) tiene un marcado dimorfismo sexual. El macho, que no empolla los huevos, es de colores llamativos.